Los griegos no se rebajaban ante sus dioses y el respeto que les profesaban no tiene nada que ver con el miedo. De hecho, cuando realizaban sacrificios de animales, generalmente carneros, sólo le ofrecían al dios de turno la parte correspondiente, que estaba fijada en una décima proporción del animal, mientras ellos se comían el resto.
Según este pensamiento, las ofrendas eran un acto de hospitalidad para sus seres superiores, porque los helenos pensaban que sus dioses valoraban y apreciaban esta amabilidad, cortesía y generosidad de los seres terrenales, de los seres humanos que habitaban la tierra.
Debido a esta concepción, la civilización helena empleó numerosos mitos y leyendas para explicar sus orígenes y su evolución, una especie de cuentos que se transmitieron de generación en generación por vía oral, fundamentalmente. En estas leyendas se relata cómo los dioses adquirían presencia humana y andaban mezclados en la tierra con el restos de los ciudadanos comunes y mortales.
Sin embargo, estos dioses tenían dos cualidades nada humanas: eran impredecibles y especialmente volubles, cambiaban de ánimo con tremenda facilidad y sin motivos o razones aparentes.
Así, crearon miles de seres legendarios, que sirvieron para explicar cada río, cada monte, cada mar y también el origen de las principales ciudades.
Todas estas historias formaban parte del acervo cultural de la cultura helena, de esa civilización del Mediterráneo Oriental. Sin embargo, la mitología griega es tan compleja, que los estudiosos del tema hablan de más de 30.000 divinidades, con dioses, monstruos, guerras y seres supraterrenales entrometidos.